Néstor De Ávila
Miles se concentraron para compartir y disfrutar con el cantante Silvestre Dangond quien le recordó a su fanaticada que lo suyo es un movimiento musical. Su pequeño hijo se unió al espectáculo.
Silvestre Dangond y su compañero de fórmula, Rolando Ochoa, se enfrentaron el viernes en la noche a dos batallas: a la de la fuerza de la naturaleza y a su alegre fanaticada.
En el lanzamiento de su trabajo discográfico La 9ª batalla, que se dio en simultánea con un aguacero de cinco horas que inundó las calles de Valledupar, Silvestre Dangond y su público protagonizaron una página de leyenda.
La energía musical de Silvestre y la de su conjunto dejó a un lado la incomodidad de la lluvia, pese a que su equipo técnico tuvo que desistir del espectáculo que había preparado para la ocasión, por temor a un corto circuito.
Aún así la velada fue inolvidable. El cantante comenzó su concierto con La difunta, primer sencillo del álbum, que en solo días en el mercado ha calado. Muestra de ello es que al ser interpretado, el público la cantó como si fuera un éxito del pasado.
El resto de las 12 canciones del trabajo discográfico fueron sonando mientras los asistentes, entre los que se observaron extranjeros, disfrutaron con verdadera pasión.
El resto de las 12 canciones del trabajo discográfico fueron sonando mientras los asistentes, entre los que se observaron extranjeros, disfrutaron con verdadera pasión.
Su pequeño hijo se unió al espectáculo.
Una de las novedades fue la trasmisión por televisión, en directo para 54 países, a través Telecaribe.
Uno de los momentos más emocionantes fue cuando su hijo Silvestre José, más conocido como El Monaco, subió al escenario.
Silvestre pudo establecer que el pequeño tiene igual fanaticada que él. Además, porque lo imitó a la perfección en materia coreográfica.
Fue un episodio delirante, como toda la presentación de La 9a batalla, que tuvo como mensaje: “lo mío no es un partido político, sino un movimiento musical que confía encontrar personas que comprendan y sigan nuestros sueños”.
El remate de este diluvio de alegría fue cuando dijo: “El silvestrismo no me deja solo, llueva, truene o relampaguee”.
Por Angélica Conrado Cúdriz
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