Jorge Martínez tuvo que superar humillaciones antes de alcanzar el éxito.
Si un incendio no hubiera acabado con el archivo de la casa cural de Curumaní, en Cesar, y las partidas de bautismo registradas en ese municipio no se hubieran vuelto cenizas, Jorge Martínez todavía se llamaría Jorge Luis Martínez. Y no tendría 39 años, sino 37.
Desde que era adolescente, el ganador del programa Yo me llamo tenía el sueño de ser cantante. Esa idea no sonaba bien en su familia, que vivía en un rancho de bareque y pajilla en el corregimiento de San Roque, a diez minutos de Curumaní. Allá creció entre catorce hermanos, una mamá que los cuidaba y un papá que trabajaba en un pequeño platanal. A los 9 años, Jorge ya había abandonado el colegio -hizo hasta cuarto de primaria porque no había plata para más- y estaba dedicado a ayudar a su papá. "Pero a mí no me gustaba el monte. Él me regañaba porque en vez de trabajar me encontraba cantando", dice Jorge.
-Yo voy a cantar y ser famoso -les repetía a sus hermanos, pero ellos en lugar de creerle, más bien se reían.
-Mejor ve y ensilla el burro -le decían, acostumbrados a trabajar desde niños y a que la plata a veces solo alcanzara para una comida al día, "un golpe".
De tanto cantar entre los cultivos, su voz llegó a conocimiento de Los Elegidos, un grupo vallenato de La Jagua de Ibirico. Le propusieron que se fuera a cantar con ellos, pero Jorge tenía 16 años y sus papás no lo dejaban partir.
Entonces fue cuando sucedió el incendio de la casa cural, en el que él nada tuvo que ver, pero que aprovechó para cambiar ciertos datos de su historia: ya no tendría el Luis como segundo nombre ("un familiar llamado así se había metido con una hermanita mía y le cogí odio") y tendría dos años más para completar la mayoría de edad, lo que le permitiría trabajar sin pedir permiso.
A partir de ese momento, Jorge comenzó un camino en la música que en realidad vino a tener sonrisas el miércoles pasado, cuando los votos de los colombianos lo hicieron ganador del concurso de imitación en el que él se desempeñaba como el fallecido Rafael Orozco.
-Yo no imito a Rafa. Yo canto como él -solía decir Jorge cada vez que alguien lo oía cantar y, de inmediato, notaba la semejanza con la estrella de El Binomio de Oro. Sí había sido su ídolo de infancia. Sí se había emocionado la única vez que lo vio cantar en vivo -en un Festival de La Patilla-, desde lejos y sin hablarle. Sí había llorado por días cuando supo de su asesinato, pero nunca se había puesto como propósito convertirse en su imitador. "Lo que yo quería era crear una carrera como compositor y cantante".
Con 19 años (o 17), Jorge se volvió nómada. Andaba de pueblo en pueblo ofreciendo su voz para amenizar toques o fiestas. Sus amigos lo ayudaban con el hospedaje. "Vivía arrimado -dice-. Y cuando me preguntaban si había almorzado, les decía mentiras. Me la pasaba en las calles, buscando qué hacer".
La plata que ganaba se le iba en comprar algo de ropa ("para estar presentable en la tarima") y lo otro lo invertía en demos que quedaban en los escritorios de representantes y emisoras. "Me contestaban que chévere, pero seguro que ni siquiera lo sacaban del sobre. Solo recibía puertas cerradas", dice Martínez, sentado en una oficina de Caracol Televisión, después de dar otras tantas entrevistas y firmar decenas de autógrafos.
Alcanzó a pensar en dejar la música. "¿Qué será lo que tengo, que todo me sale mal?", se preguntaba. Algunos amigos, medio en broma, le decían que el asunto era su falta de pinta. "A ti no te meten a cantar porque eres muy feo", molestaban. Ya iba a desistir cuando algunos amigos, entre ellos Omar Geles, se ofrecieron a apoyarlo para hacer un disco. En esas estaba, ya un poco más animado y con una canción suya sonando bien en poblaciones del Cesar ('Ámala'), cuando recibió una llamada:
-¿Es verdad que usted imita a Rafael Orozco? -le preguntaron al otro lado de la línea. Y a Jorge le sonó tan conocida la pregunta, que volvió a lo mismo:
-No lo imito. Canto como él.
-A ver, cántenos un pedacito.
Y Jorge les cantó.
Al teléfono estaban productores de Caracol anunciándole que muy pronto harían un programa de imitación en el que querían que estuviera como concursante. "Si no me llaman, yo no me presento -recuerda-. Si yo al principio casi ni les creí". En ese momento él tenía puesta su atención en el disco que estaba por grabar. Sin embargo, fue tanta la insistencia que acabó por pensar: "¿por qué no?" Se presentó, pasó las audiciones, durante las eliminatorias nunca estuvo en riesgo, y al final terminó por ser el ganador de un cheque de 500 millones de pesos.
***
Hoy Jorge usa un bisoñé que completa su pelo, tiene un lunar que se pinta cada día y baila con el zapateado que era característico de Rafael Orozco. Voltea a mirar cuando lo llaman Rafa, y aún no sabe muy bien qué camino seguir.
-Tengo claro que quiero preguntarles a los fanáticos de Rafa si les parece bien que yo rescate su música, ese estilo de vallenato que dejaron olvidar. Nadie canta así hoy. Cuando uno oye El Binomio suena más como un villancico. Ese no es el vallenato que dejó Rafa -dice Jorge.
Le ha llegado, de oídas, que a la viuda del cantante le gusta lo que hace; otros le han dicho que a Israel Romero, el legendario acordeonero de Orozco, también le parece que lo hace bien. Algunos se acercaron a preguntarle si alguna vez ha actuado, si acaso se presentaría a un casting para una telenovela que van a grabar... En fin. Resulta que le llegó la fama. "Le pido a Dios que me dé fortaleza y sabiduría para manejar todo esto", dice.
-¿Ha pensado que, de pronto, todo este reconocimiento llegó muy tarde?
-Sabes que sí... Yo lo hubiese querido a los 25. Pero al final Dios le da a uno las cosas en el momento que son. Tal vez, si me da esto a los 20, sería un drogadicto o estaría estrellado por la fama.
Hoy se pregunta cómo va a hacer para llegar a su casa, en San Roque, donde le han contado que celebraron su triunfo como si hubiera sido el de la Selección Colombia en un mundial. Allá lo espera su mamá y su papá -afectado por una trombosis- en una casa a medio hacer que él ya se comprometió a terminar.
Le ha gustado sentirse arquitecto (de hecho quiere validar el bachillerato para adelantar esa carrera), así que él mismo diseñó los planos. Hasta el momento, lo único que es realidad es la habitación de su papá. "Pronto haré las otras tres, una para mi mamá, amplia, con su clóset y su plasma para que vea las novelas". Su mamá es hipertensa, por eso prefirió que no viniera a acompañarlo en Bogotá. Y bueno, por el frío. Y la comida. A Jorge no le ha sentado bien la comida de la capital... menos la del chef que le ofrecían en el hotel donde se hospedaba como concursante. "Esas salsas que le ponen a todo me dan diarrea", cuenta, y dice que si le toca quedarse a vivir acá, tendrá que cocinar su propia comida.
No fuma, no bebe más de un par de tragos, no sabe manejar y no quiere saberlo porque le da miedo la velocidad. Es un tipo tranquilo que sonríe con facilidad. Tiene dos hijos, de 12 y 7 años, pero de las madres de ellos prefiere no extenderse al hablar. "Soy un viajero. Las relaciones así no funcionan", y cuenta que en estos días le han aparecido muchas admiradoras, "pero yo sí sé por qué es...".
Al despedirse, Jorge o Rafa - se enreda al firmar los autógrafos- dice que su sueño de niño se hizo realidad. Casi veinte años después de haber comenzado, pero al fin es cierto. "Es como si tanta lucha, tantas humillaciones, tanta hambre que pasé estuvieran recompensadas en este premio", termina. Y cuenta cómo, para muchas personas que no lo conocieron, el Rafael Orozco de antes hoy es él.
María Paulina Ortiz
Redacción EL TIEMPO
Redacción EL TIEMPO
FUENTE: EL TIEMPO
0 comentarios:
Publicar un comentario